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Motivos por lo que comemos

Motivos por los que comemos

Si te pregunto por qué crees que comemos las personas, probablemente la primera respuesta que te venga a la cabeza sea “porque tenemos hambre”. Lo curioso es que en esta sociedad desarrollada en la que vivimos, las razones por las que las personas comemos van más allá de la mera sensación de hambre física, es decir, hay otros factores psicológicos y emocionales que lo propician. Esos motivos son los siguientes:

A lo largo de la semana todas las personas consumimos alimentos que no necesitamos simplemente porque están cerca. Por ejemplo, si te regalan una caja de bombones y la dejas encima de la mesa, ¿crees que tardarás menos tiempo en comértelos que si los guardas en un armario? Probablemente sí.

Normalmente a los 15-20 minutos de estar comiendo, los receptores del estómago comienzan a enviar una señal de saciedad al cerebro para que dejes de comer, puesto que ya tienes el aporte alimentario que necesitas. ¿Qué pasa en los casos en los que, desde pequeños, nuestros padres/abuelos nos insistían a que siguiéramos comiendo a pesar de que ya no teníamos más hambre (nuestro circuito de saciedad funcionaba perfectamente)? Probablemente te suenen las frases “hasta que no te termines el plato no te vas a jugar” o “con la cantidad de gente que pasa hambre, no se puede tirar la comida”. Si es tu caso, en ese momento tu cerebro comenzó a generar un aprendizaje nuevo, en el que las señales de saciedad se enviaban cuando veíamos el plato vacío. Pero tranquilidad, que se puede volver a aprender de forma saludable.

Situación típica: recuerda la última vez que fuiste de visita a casa de algún amigo o familiar y como gesto de cortesía del anfitrión sacó una bolsa de patatas, unas aceitunas, unas pastas o unos dulces. Casi de manera automática el impulso que te salió fue alargar el brazo y coger, al menos, una. En ese momento no te paraste a pensar si tenías hambre o no para coger esa patatilla, la cogiste muy probablemente porque te la habían ofrecido, no por hambre.

Las redes sociales están plagadas de recetas de platos apetitosos, ¿no te ha ocurrido nunca estar viendo este tipo de vídeos o fotos y sentir la necesidad de probarlo o de comer algo parecido? Si esto ocurre viendo esas comidas a través de la pantalla, ni te cuento cuando tienes delante un plato de comida realmente vistoso y apetecible. Es muy fácil que acabemos picando si vemos a través del escaparate de una pastelería algo que tiene muy buena pinta.

Este punto me hace recordar una conversación que tuve con una amiga en la que nos dimos cuenta de algo curioso y un tanto embarazoso. En una de las calles principales de mi ciudad, en una esquina hay una tienda de dulces garrapiñados. Como estrategia de marketing, esta tienda tiene siempre un cuenco de pipas garrapiñadas para que te sirvas un puñadito a modo de degustación. Lo curioso de esto es que cada vez que íbamos paseando por el centro y teníamos que pasar por esa calle, como sabíamos que podíamos comernos un puñado, pasábamos por esa tienda si nos apetecía algo dulce. Porque era lo normal, siempre había cola en para coger ese puñadito, pero… ¿cuántas de esas personas finalmente comprábamos esos alimentos? Si realmente cobrasen esa degustación ¿habría tantas personas haciendo cola? Hemos estado comiendo ese puñado de pipas en momentos en los que realmente no teníamos hambre, solo porque teníamos la oportunidad de comérnoslas gratis.

En una fiesta de cumpleaños comemos tarta porque es lo que toca en ese momento y situación. En el cine toca comer palomitas o chuches. En navidad toca comer turrón y polvorones. En Semana Santa comemos mona porque es lo que toca. Y los domingos churros con chocolate. Simplemente, tenemos muy normalizado comer ciertos alimentos a momentos, lugares y situaciones y lo hacemos de forma automática, aunque no tengamos hambre real.

El último motivo de esta lista es uno de los más importantes e influyentes en la conducta de comer. Desde bien pequeños, por cuestiones sociales, educacionales y culturales hemos aprendido a celebrar comiendo y a echar mano de la comida en momentos en los que no nos sentimos bien para así, al menos, reconfortarnos de alguna manera. Este tema podría dar para otro artículo, pero por ahora, me gustaría recordarte que tener hambre emocional es tan normal como la vida misma, aun así tenemos que analizar si constituye una gran parte de nuestra alimentación o solo está presente en momentos puntuales.

Muchos de estos puntos se suelen entrelazar en una misma situación, por eso es tan difícil caer en la cuenta del “por qué estoy comiendo si no es por hambre”. Si al leer este artículo te has percatado de que hay muchos momentos a lo largo de la semana que comes y no porque tu cuerpo necesite alimentarse por cuestiones fisiológicas, desde AISEM podemos ayudarte a regular estos aprendizajes.

Jéssica Santamaría Gómez-Lobo

Jéssica Santamaría Gómez-Lobo

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